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Al margen de las creencias en lo paranormal que alguien pueda tener, de lo que no cabe duda es que sobre “la casa de Amityville” pesa un fenómeno muy llamativo y particular: ha generado alrededor de una docena de películas y no menos libros, y a diferencia de otras sagas del cine de terror con muchas secuelas como Aullidos o Hellraiser, en las que al menos la primera era muy buena, en el caso de Amityville no se puede decir ni eso. Pero la impronta de la casa, con su pasado luctuoso y la sugerencia de algo terrible dentro, no es un mero universo cerrado que explotar o un simple meme argumental: es un icono de la cultura actual, un mito moderno, que viene a representar todas las historias sobre casas encantadas que se cuentan y se han contado, aun cuando su “encantamiento” sea, de hecho, más que dudoso. Pero ya no se trata de lo que pasase o pueda pasar allí, no: se trata de que la Casa de Amityville es todas las casas malditas del mundo, las casas que nos dan miedo y no sabemos por qué, es el miedo que le tenemos a ciertos lugares, y el influjo que ejerce sobre nosotros el pasado a través de su materialización en forma de estancias con negra historia, es el vuelo de la imaginación ante el crujir de unas tablas o el vuelo de unas cortinas. La casa de Amityville es, como nuevo arquetipo de terror, la casa que trasciende a sus habitantes porque tiene vida y maldad propia, en la que nos da miedo vivir.

Posiblemente el interés por el mito también tiene que ver con el momento en que surgió, los 70, después de El exorcista, en una década en que las paraciencias se pusieron muy de moda (en España también, con digulgadores como Jiménez Del Oso) y la mentalidad americana se abrió a hostias: eventos como la Guerra de Vietnam o el Watergate, hicieron que las respuestas tradicionales ortodoxas (patria, cristianismo) expusieran sus sombras. En cualquier caso esa época ha pasado, y la leyenda urbana de esta casa nos sigue acompañando. Forma parte de nuestras pesadillas colectivas.

A estas alturas no dudo de que el lector esté informado de que “la casa del terror de Amityville” existe en la vida real. Sin duda sabrá que en ella tuvieron lugar un par de cosas entre terribles y extrañas, y que a partir de ahí el folclore popular de nuestro tiempo, con cine, TV y literatura de consumo al frente, ha dado lugar a toda la leyenda urbana moderna.
Es inevitable empezar con un recordatorio de los hechos, que tuvieron lugar en dos actos:

112, Ocean Avenue (Amityville, Nueva York): la historia real

Preeliminares
La casa situada en el 112 (hoy 108, fue renumerada) de Ocean Avenue en la villa newyorkina de Amityville es un imponente edificio unifamiliar de estilo holandés con tres plantas y amplio jardín alrededor, cerca de 380 m2 de vivienda y 1000 m2 totales de parcela, con tejas oscuras y fachada blanca. Posee 6 dormitorios, 3 cuartos de baño, un salón de estar amplio, sótano acabado y garaje con capacidad para dos coches. Además tiene piscina y su propio embarcadero que da al río, y que permite tener hasta dos botes para actividades de ocio.
La casa fue edificada en 1924, y en contra de algunas versiones y comentarios basados en ellas, en su parcela jamás existió ni cementerio indio ni nada parecido (1). Y por mucho que se exageren las cosas, lo cierto es que allí jamás había pasado nada fuera lo normal hasta los años 70.
Acto I
La madrugada del  13 de noviembre de 1974, el joven de 23 años Ronald DeFeo Jr. asesinó fríamente a toda su familia: a su padre, su madre, y sus cuatro hermanos menores, de edades comprendidas entre los 9 (el pequeño John) y los 18 (su hermana Dawn). El incomprensible crimen lo cometió usando un rifle de gran calibre, y a todas las víctimas las descerrajó entre uno y dos tiros. Lo curioso del caso es que todos fueron asesinados en sus camas, en donde fueron encontrados bocabajo en todos los casos y con los disparos recibidos en la espalda o en la parte posterior de la cabeza. Digo que esto es curioso porque como cualquier lector puede pensar, es extraño que ninguno de los miembros de la familia se levantase al escuchar los primeros tiros. Pero la investigación de la policía concluyó en que los asesinatos se habían cometido en las camas, que el joven DeFeo no había usado un silenciador ni ningún otro método conocido para apagar el ruido de los disparos, y que según las autopsias ninguno de los asesinados presentaba rastros de drogas en la sangre, por lo que no habían sido dejados inconscientes previamente. ¿Cómo lo hizo entonces? Esto, alimentado hasta el máximo con todo lo que pasó después, ha generado toda clase de teorías y dudas conspiranoicas: desde que es imposible que el joven actuase solo, historias sobre incestos que implicarían a la segunda hija, Dawn (idea recogida en cierto modo por Amityville II: La posesión), teorías sobre contactos con la mafia, sectas, implicaciones gubernamentales, extraterrestres y… por supuesto, componentes sobrenaturales y satánicos, potenciados todavía más se cabe con el dato de que los cuerpos estaban en las camas… con los brazos en cruz, como siguiendo un patrón simbólico.
En cualquier caso, el único sospechoso oficial, rápidamente detenido y posteriormente juzgado y condenado, fue Ronald DeFeo. Su declaración desde el primer momento fue confusa y poco consistente, y se encontraron sus huellas en el arma y en la ropa ensangrentada, cuando estos fueron hallados envueltos en la funda de una almohada. El muchacho ha tratado, de acuerdo con su abogado, diferentes estratagemas a lo largo de los años, incluida la de alegar problemas mentales. En un periodo específico de tiempo probó incluso a echarle la culpa de tan atroces crímenes a unas voces demoníacas que habían tomado posesión de su cabeza, y que le ordenaron insistentemente que hiciera lo que hizo, hasta que no pudo resistirse más y actuó como en un sueño. Obviamente esa declaración, de la que el propio Ronald se ha retractado posteriormente, les encanta a los fans de la teoría de que en la casa hay (o hubo) algo sobrenatural muy oscuro y maligno…
Ronald DeFeo Jr aún cumple cadena perpetua en la prisión de Green Haven, en Nueva York, y a lo largo de los años todas las peticiones para dejarle salir de la cárcel en libertad condicional han sido sistemáticamente desestimadas.
Acto II
El macabro e impactante asesinato múltiple que acabo de contar, tuvo un impacto tremendo sobre el precio de la casa en la que tuvieron lugar los hechos cuando fue puesta a la venta. En 1975, y a pesar de que Estados Unidos ya vivía una burbuja inmobiliaria y de que la casa como se ha descrito es todo un casoplón impresionante, estaba siendo ofertada por la inmobiliaria Conkin por 80.000 dólares. No a todo el mundo le gusta vivir en un sitio en el que se sabe que han sido asesinadas seis personas, y había que ofrecer incentivos…
Aparece entonces la familia Lutz. Han sido informados de lo que sucedió en la casa, pero encuentran el precio tan tentador que la compran. La familia Lutz estaba compuesta por George Lutz, un pequeño empresario en situación económica algo ajustada, Kathleen Lutz con la que llevaba casado poco tiempo, y tres niños, que aportaba ella de una relación anterior. Sin adelantar acontecimientos, diremos que el hogar de los Lutz no era un dechado de felicidad, debido sobre todo a los choques continuos entre George, de carácter poco paternal, y el hijo mayor, Daniel (de 9 años), que sufrió un violento (y típico) rechazo hacia el nuevo marido de su madre. En cualquier caso, no se merecían lo que les pasó, o lo que se supone que les pasó.
Se mudaron a la casa el 18 de diciembre de 1975, y tan solo 28 días después salieron huyendo de allí llevándose poco equipaje y con el plan de no volver a la casa nunca más. Siempre según la versión del matrimonio, desde que llegaron allí no pararon de sucederse fenómenos inexplicables que habían ido en aumento, hasta el punto de que creyeron más prudente dar por perdidos los 80.000 y abandonar la casa que arriesgarse a permanecer allí con los niños. Los fenómenos incluían plagas de moscas en algunas habitaciones, puntos fríos (lugares concretos de la casa en los que la temperatura podía llegar a ser de diez y doce grados menos, de golpe y respecto a lo de alrededor), ruidos y voces inexplicables, olores fétidos repentinos, un cambio de carácter muy pronunciado en los varones (sobre todo en el padrastro George y el niño mayor Daniel) que fue interpretado como ¿posesión?, pesadillas, puertas y ventanas que se cerraban solas (el hijo mayor resultó herido con una de ellas), ¡apariciones pavorosas que surgían para desaparecer otra vez en menos de un parpadeo!, ¡levitación y movimiento de objetos!, ¡ataques físicos en sus camas! (atención al detalle: en sus camas…), etc. Los Lutz aseguran que pasaron tanto miedo, que la experiencia marcó sus vidas para siempre.
Consecuencias
Ante una historia como la de los Lutz es muy razonable la sospecha del montaje para ganar la atención mediática y obtener lucro con el espectáculo: programas de TV, venta de libros, conferencias… Sin embargo, a favor de ellos he de decir que no fue así como sucedieron los hechos. Cuando la familia “escapó” de la casa no corrió a llamar a la prensa, de hecho eso ni formaba parte de sus planes. Trataron de buscar en donde se les ocurrió que podía haberla, y recurrieron primero a la Iglesia (contactaron con un sacerdote, el padre Ray) y luego al pasado de la casa. Contactaron con el abogado de Ronald DeFeo (sé que todo esto puede parecer de película, pero pasó), un tal William Weber, que resultó ser un personaje sin escrúpulos que trató de sacar tajada, y que lejos de ayudarles les propuso sincronizar su historia con la de su cliente y venderla repartiendo los beneficios entre todos. Los Lutz se negaron, pero Weber decidió seguir delante de todas formas, por su cuenta. Tal vez por venganza, o porque todavía esperaba estimular al atormentado matrimonio para aceptar su trato, llamó a un periodista que conocía, Paul Hoffman, que escribió un artículo sobre la vivencia de los Lutz, sin ningún permiso de ellos, en la revista Good Housekeeping. Los Lutz les demandaron por “invasión de privacidad” y ganaron en los tribunales, consiguiendo indemnizaciones de Weber, de Hoffman y de los responsables de la revista, pero el daño estaba hecho. A partir de ahí hubo un efecto dominó de reacciones. Se montaron debates a espaldas de los Lutz y se dijeron muchísimas cosas, había demasiada gente hablando de ellos, y no pudieron permanecer ajenos al asunto. Además, numerosos psíquicos, estudiosos de lo paranormal y aficionados a lo oculto andaban en su busca y (casi) captura, para pedirles permiso para entrar en la casa y para entrevistarles. Así que unos meses después de haber salido de su casa embrujada, los Lutz dieron la cara.
Los Lutz manejaron sus apariciones públicas siempre con cierto sentido. Se sintieron dolidos con lo que publicaban algunos medios, y repitieron su historia una y otra vez en algunos otros, en radio, prensa y televisión. Cabe destacar su relación con la periodista Laura Didio, que trabajaba en un pequeño canal de radio local, pero pasó a convertirse en una especie de improvisada “jefa de prensa” de la familia, la persona que llegó a tener más proximidad con ellos. A todo esto, el matrimonio Lutz siempre dejó de lado a los niños, no existen ni declaraciones ni imágenes en las que los utilizasen.
Respecto a los investigadores, la casa de los Lutz, ya conocida como “la casa del terror de Amityville”, ha sido investigada por muchísimas personas. Los Lutz no negaron jamás su colaboración, salvo que el solicitante les pareciese malintencionado. En general, en la casa no ha sido encontrado nada extraño. Psíquicos, médiums, espiritistas, científicos y expertos en esta clase de cosas pasaron días enteros allí, y ningún fenómeno paranormal sucedió. Casi. Existe una inquietante foto que supuestamente fue tomada en la casa de Amityville y que constituye uno de los pilares de los creyentes de que allí había algo. Me refiero, sin duda, a la foto de ese niño que no debía de estar allí, en la escalera (adjunta en el margen derecho). Pero a pesar de esto no tardaron en alzarse las voces críticas y escépticas incluso dentro de la comunidad de personas que creen en esta clase de fenómenos. El responsable del Instituto de Parapsicología de América, Stephen Kaplan, se convirtió en la principal voz de los detractores, después de pasar un mes entero trabajando en la presunta casa maldita. Según Kaplan, todo el asunto de la casa de Amityville es un fraude, incluso cuando los Lutz pareciesen completamente convencidos de su verdad. A raíz de la novela de Jay Anson de 1977, sobre la que me estenderé más tarde, Kaplan desmontó punto por punto prácticamente todo lo que en ella se describía como hecho basado en la realidad. En 1978 escribió junto con su esposa (parece que estos temas se tocan mejor en pareja) su propio libro:The Amityville Horror Conspiracy, en el que exponía contundentemente su teoría. A lo largo de los años, ha mantenido diferentes careos con los Lutz, sin ninguna conclusión final, por supuesto.
En el otro polo, una minoría de investigadores sí ha concedido crédito a lo que relatan los Lutz. Entre ellos destacan, sin ningún lugar a dudas, los Warren, el matrimonio de investigadores de lo paranormal tan de moda últimamente gracias a la película The Conjuring de James Wan. Lorraine Warren estuvo varias veces en la casa de Amityville y asegura (Ed Warren falleció 2006, pero ella sigue concediendo entrevistas desde la casa en la que vive retirada) que percibió con toda claridad una presencia maligna en la casa.
Por atenernos a los hechos, lo cierto es que en la casa que fue de los DeFeo y luego de los Lutz han vivido varias familias posteriormente, y ninguna ha notado nada fuera de lo normal ni se ha vuelto a repetir ningún hecho raro, más allá, claro está, de la molesta presencia de curiosos y turistas que se pasaban por los alrededores de su propiedad atraídos por el caso Lutz o por la mitificación definitiva del lugar a través de las películas. Primero vivieron allí los Cromarty, luego los O’Neil hasta 1997, los Wilson entre ese año y 2010, y a partir de ahí ha pertenecido a la familia Fragoso, que casualmente volvieron a ponerla a la venta recientemente por 955.000 dólares (no está nada mal lo que se ha infraccionado la casa en 30 años, ¿verdad?), pero que insiste en que lo hace solo a causa de un demonio que se puede dar hasta en los mejores hogares: un divorcio.
Igual de rigurosamente cierto es que los Lutz jamás mostraron ni el más mínimo resquicio de contradicción o duda en su versión. Se sometieron a detectores de mentiras en varias ocasiones superando las pruebas con éxito, e incluso cuando se divorciaron mantuvieron la unidad en cuanto a qué había pasado en aquella casa. También es un hecho probado que los hijos, que hoy son mayores, mantienen recuerdos absolutamente coherentes con lo que contaron sus padres, y que en mayor o menor medida están tocados psicológicamente por la vivencia. El mayor, Daniel, ha estado sometido a tratamiento psicológico toda su vida, y arrastra varios traumas y trastornos. Pasase o no pasase tal y como lo cuentan, lo que parece cierto es que todos los miembros de la familia Lutz creen en lo que dicen, para ellos es simplemente la VERDAD, y les afecta, sea a través de la memoria o de la sugestión.
Mencionar un interesante documental del History Channel sobre todo esto: Amityville: Horror or Hoax. Será la única película que no trataré en el dossier que continúa a partir de aquí.

AMITYVILLE. LAS PELICULAS

Antes de pasar al grano, debo volver a 1977 y a la novelización de los hechos de la familia Lutz de la que se encargó Jay Anson: The Amityville Horror (A True Story). Se trata de una versión oficial y autorizada, los protagonistas de la misma dieron su permiso y colaboraron con el autor contándole todo lo que quiso saber. Cuenta con un prefacio del reverendo John Nicola, y fue editada por Prentice Hall en un volumen de 201 páginas tanto en tapa dura como en rústica. La novela fue todo un betseller, vendió muchos miles de ejemplares y tuvo que ser rápidamente reeditada. Jay Anson jamás escribió ningún otro libro que se vendiese tanto, aunque lo intentó volviendo a la temática de las casas encantadas con una novela posterior, 666. Pero en gran medida la novela The Amityville Horror fue el punto definitivo que faltaba para que el caso se convirtiera en un fenómeno social y cultural. O casi, porque aún faltaba… su adaptación al cine:

Terror en Amityville (The Amityville Horror, 1979, de Stuart Rosenberg)

El autor de la exitosa novela, Jay Anson, le vendió enseguida los derechos de adaptación al cine a CBS, quien a su vez se los vendió a la mítica productora AIP, American International Pictures. AIP siempre había estado especializada en hacer esta clase de películas de género, y Terror en Amityville fue una de las últimas películas que produjeron antes de que se jubilase su propietario, Samuel Z. Arkoff, y vendiese la compañía a Filmways Inc. Pero la AIP se encontró con un contratiempo: al ponerse en contacto con los Lutz para avisarles de que iban a filmar una película sobre su “problemilla” (un gesto correctísimo por parte de la productora, qué duda cabe), estos les informaron de que Jay Anson no era el único propietario de los derechos de la novelización, y que no estaban a favor de remover de nuevo los recuerdos, ahora en la gran pantalla. Las negociaciones fueron duras, pero al final consiguieron la luz verde a una película que debía ser ante todo respetuosa con la familia.
Tras una primera versión del propio Jay Anson que no le gustó a la productora, el guión lo escribió el televisivo Sandor Stern, que una década más tarde sería el director de Amityville 4, pero a quién el lector puede que conozca por ser el autor (guionista y director) de Pin (1988), aquella curiosa película con muñeco de por medio (¡qué mal rollo dan los muñecos en las películas de terror!). Y el director de la misma fue Stuart Rosenberg, un eficiente artesano, afín apócrifo de la llamada “generación de la TV” (Robert Mulligan, Stanley Kramer, Sidney Lumet, John Frankenheimer, etc), que tiene en su haber películas notables como La leyenda del indomable (Cool Hand Luke), Con el agua al cuello (The Drowning Pool) (ambas con Paul Newman) o El viaje de los malditos (Voyage of the Dammed).  Ninguna de ellas de género fantástico, claro está.
La película contó con un buen reparto para una película de su rango económico. James Brolin (padre de Josh Brolin), a pesar de su difícil carácter en los rodajes, era bastante conocido por sus papeles en series de TV, sobre todo por Marcus Welby, M.D, una de médicos coetánea a la célebre General Hospitaly antepasada de series actuales como Urgencias o House. La popularidad máxima de Broslin en el medio catódico aún subiría aún más en los 80 con Hotel, pero a efectos de lo que a nosotros nos interesa ahora, el actor también poseía una carrera cinematográfica protagonizando precisamente algunos éxitos del género fantástico, como Almas de metal (Westworld, 1973), Asesino invisible (The Car, 1977) o Capricornio Uno (Capricorn One, 1977). Él interpretaba a George Lutz, y de Kathleen Lutz hacía Margot Kidder, cuya carrera ha sido un tanto intermitente (a principio de los 70 se codeaba con los incipientes Scorsese, Lucas, Spielberg, Coppola, et c, y había protagonizada Hermanas de De Palma, pero luego dejó el cine al casarse, para retomarlo otra vez a los pocos años), pero que en esta etapa estuvo probablemente lo más cerca que ha estado nunca de ser una estrella al obtener el papel de Lois Lane enSuperman. A ellos hay que sumar algún secundario potente como el oscarizado Rod Steiger. La estupenda banda sonora de Lalo Schifrin, que estuvo nominada a los Oscars, padeció en su momento la acusación de ser la misma que William Friedkin rechazó para El exorcista, pero posteriormente Schifrin ha demostrado que no era así divulgando la música original de aquel descarte.
La casa que sale en la película, así como todas las localizaciones exteriores, se encuentran en Toms River, New Jersey. Es notable el parecido arquitectónico de la casa del rodaje con la original, y por eso fue elegida. El rodaje duró siete semanas, y el presupuesto no llegó a los cinco millones de dólares (de la época).
Terror en Amityville recoge la parte principal de la novela que se refiere a los 28 días de estancia de la familia Lutz en la casa, con un respeto extremo hacia las personas reales en los que se inspiran los personajes (quizás de ahí emane su tibieza), tomándose alguna licencia pero, aunque no demasiadas. Aunque no es una película memorable, sí que debe reconocerse como una pieza pequeña eficaz, que destaca por su sobriedad, sin efectismos, ni muertes llamativas ni apariciones fantasmagóricas explícitas. Carece de la energía de otras obras de su década como El exorcista o La profecía, resultando mucho más templada. Pero la sensibilidad de la época hacia esta temática la convirtió en un tremendo éxito (no así la crítica, que por lo general la puso bastante mal). Vista hoy por hoy, se debería admitir que por lo general está llevada de manera bastante correcta en todos sus apartados. Solo la ausencia de genialidades, y la alargada sombra de los clásicos contemporáneos (por ejemplo Al final de la escalera, estrenada el año siguiente), la han relegado a un menosprecio que debería ser roto por especialistas y conocedores experimentados. Además, no olvidemos su relevancia historiográfica, al ser anterior a El resplandor o Poltergeist y ser de las primeras películas en tratar sobre una familia sometida al terror sobrenatural al vivir en una casa encantada.
Durante la promoción de la película, los actores visitaron la casa verdadera y se hicieron fotos allí. Previamente, durante la preparación de sus papeles, también estuvieron en contacto con George y Kathleen Lutz, y James Brolin acabó teniendo bastante amistad con ellos, si bien tanto él como Margot Kidder siempre han declarado que no creen en lo sobrenatural ni en los fenómenos de Amityville. 

Amityville II: La posesión (Amityville II: The Possession, 1982, de Damiano Damiani)

A principios de los 80 el famoso productor Dino De Laurentiis llegó a un acuerdo con American International Pictures, que por entonces ya había dejado de producir películas, y adquirió los derechos para hacer una secuela de la película de 1979. George Lutz fue informado, y en las primeras fases del proyecto se le dejó opinar. Pero Lutz quería que la nueva película estuviera basada en la novela The Amytyville Horror Part II de John G. Jones, que él personalmente había autorizado. Y A De Laurentiis no le gustaba, él prefería basarla en Murders in Amityville, otro libro del investigador parapsicológico Hans Holzer que había salido en 1979 al calor del interés popular por el tema. Claro que el libro de Holzer ni siquiera trataba sobre la experiencia de su familia, sino que retomaba la historia de los DeFeo, y del múltiple asesinato cometido por el joven Ronald. Según la versión de esta obra, carente de toda validez documental y que más bien parece una ficción fantástica, Ronald DeFeo habría sido poseído por el espíritu demoníaco de John Ketcham, brujo del siglo XVII que había escapado de los juicios de Salem y había erigido la primera casa sobre el terreno de la actual. El poseído habría matado a su familia contra su voluntad, y además, siempre según esta versión, ya antes del crimen habían pasado cosas muy extrañas y terroríficas en la casa y con el comportamiento del chico. A De Laurentiis no le importaba el verismo histórico de lo narrado por este libro, e  impuso su punto de vista de que de allí saldría una película terrorífica. Estaba buscando, naturalmente, su propio El exorcista… Como Lutz no transigía, el productor simplemente dejó de tenerle en cuenta, y el afectado le llevó a los tribunales, que le dieron la razón a De Laurentiis: la secuela era una obra de ficción nueva sin relación alguna con la familia Lutz, y no tenía por qué rendir cuentas a ninguno de sus miembros. Eso sí: los créditos de la película terminada dejaron constancia de ello para evitar cualquier malentendido. Un texto aclara así: Esta película no tiene ninguna relación con George y Kathy Lutz.
Así que como ya se ha dicho, Amityville II vendría a ser en realidad una precuela, concepto muy de moda últimamente pero que como el lector puede apreciar, ha existido desde siempre. A los personajes se les cambia el apellido, en vez de DeFeo se les llama Montelli, y dado que el libro en el que se basa es meramente especulativo y no documental, no viene al caso ponerse a comparar entre lo que le pasó a aquella familia y lo narrado en el film. De todas las películas de la serie, ésta es la más terrorífica. Y creo que en ello influye cierto tufillo italianizante, que seguramente se le puede achacar a su director, Damiano Damiani. Ésta fue la primera película norteamericana que hizo Damiani, director con una carrera larga y un impresionante currículum de clásicos del spaguetti-western (Yo soy la revolución) y sobre todo el poliziesco (Sola frente a la violencia, Confesiones de un comisario, El caso está cerrado olvídelo, etc).
Entiéndaseme, para mí italianizante es un calificativo intrínsecamente positivo, dado que adoro el estilo de las películas de terror italianas, en las que la atmósfera sofocantemente onírica o perversa sirve de lienzo a apuestas iconográficas y argumentales más extremas, sucias, bizarras e incluso insolentes de lo que el cine de terror anglosajón y norteamericano, habitualmente más cabal y contenido, suele atreverse a exponer. Esto que digo del cine de terror es aplicable a cualquier género. El spaguetti western es especial no tanto por estar filmado en Europa, como porque sus pistoleros eran más guarros (sudorosos, sin afeitar, feos y mal vestidos), rudos y violentos de lo que Gary Cooper o James Stewart pudieron serlo nunca. Los que preferimos la pasión, la energía, el temperamento, al glamour o la mitificación, solemos ser fans de las fórmulas de los italianos.
Amityville II es una película con producción norteamericana pero también italiana ¡y mexicana!, en la que no solo el director es latino: Dino De Laurentiis mismo también lo era, y el mítico Dardano Sachetti (guionista esencial de giallos, habitual en el mundo de Lucio Fulci o Lamberto Bava) metió mano no acreditada en el guion. También la fotografía está en manos italianas, las de Franco Di Giacomo, que había resuelto los aspectos visuales de 4 moscas sobre terciopelo gris de Argento, ¿Quién la ha visto morir? de Aldo Lado o Terror infinito de Paolo Cavara. En definitiva, tiene otro tono, se desmarca de todas las demás películas de la serie, y suele ser la favorita de los fans. Incluso en muchos aspectos resulta mucho más divertida e interesante que la primera película. Muchísimas personas consideran, de hecho, que ésta sí da miedo.
Resultan inolvidables escenas como la del incesto entre los hermanos, el crescendo que lleva a que el espíritu perverso vaya tomando posesión del chico, con esas obsesionantes comunicaciones a través de los auriculares de su walkman, o los ochenteros momentos de FX gore. Damiani dota a la película de una complejidad estética inusual en una secuela de este grado, y Lalo Schifrin vuelve a aportar una banda sonora excelente, por última vez en la saga. Buen papel de todos los actores, destacando por ser la cara conocida del reparto la presencia de Burt Young, más conocido por ser el cuñado Polly de Rocky. Pero si hay alguien que se queda clavado en la psique de uno para volver en pesadillas, es el debutante Jack Magner, que apenas volvió a hacer ninguna otra película, pero que aquí interpreta al joven Sonny Montelli (lo que vendría a ser la contrapartida de Ronald DeFeo) con una efectividad escalofriante.
Por la parte norteamericana de la película, destacar que el guion final lo firma Tommy Lee Wallace, viejo conocido de los aficionados, cuya carrera había empezado como colaborador de John Carpenter en todas sus primeras películas, y que luego en los 80 se fraguó su propia carrera como guionista y director de películas de terror: It, Halloween III, Noche de miedo II, etc. Amityville II fue su primer guión.
El rodaje volvió a tener lugar en la misma casa de Toms River (New Jersey) en la que se había rodado la primera. Esta vez el presupuesto no fue ni de la mitad, y recaudó del orden de ocho veces menos que la primera parte, pero así y todo siguió siendo una película rotundamente rentable, razón por se planteó con rapidez otra secuela para el año siguiente.

El pozo del infierno (Amityville 3-D, 1983, de Richard Fleischer)

En 1982 Orion Pictures, la (hoy) legendaria productora cuyo logo era la constelación que les daba nombre (¡aaaaah! ¿se acuerdan? ¿las películas alquiladas en el videoclub? ¿nuestras niñeces y adolescencias en los 80?) adquirió Filmways Inc, y al hacerlo se quedó indirectamente con todo el catálogo de American International Pictures, dado que a su vez, al jubilarse Samuel Z. Arkoff, Filmway la había comprado en 1979. De este modo la serie Amityville pasó a su propiedad, y dado que a Dino De Laurentiis le había ido bien con una inversión pequeña, ellos quisieron su propia tajada.
Eso sí, habían tomado buena nota del contencioso habido entre George Lutz y De Laurentiss, y aunque había ganado el juicio el productor, ellos decidieron curarse en salud evitando a toda costa el apelativo “secuela”. Oficialmente se supone que Este Amityville 3-D “no tiene nada que ver” ni con la película de 1979 ni con la segunda parte del año anterior. El 3 del título, claro está, se debe a que está filmada… ¡en 3 dimensiones! El actual boom (¿o debería decir “reciente boom” suponiendo que ya esté muy remitido?) por las 3D no es ni más ni menos que el tercer intento de lo mismo. Ya en la década de los 50 se hicieron numerosas películas en 3D, y en la primera mitad de los 80, por algún motivo, hubo otro resurgir de la técnica estereoscópica: Metalstorm,Parasite, Spacehunter: Aventuras en la zona prohibida, El tesoro de las cuatro coronas, etc. Además, fue un “valor añadido” (¿se nota mucho que me gusta el 3D?) que los productores aprovecharon mucho para hacer el juego de palabras en terceras partes de series de secuelas: Viernes 13 parte 3 (1982),Tiburón 3-D (1983) o esta Amityville 3D, fueron en 3D. Ésta fue la única película de Orion Pictures en este formato.
El novelista David Ambrose fue contratado para escribir el guion, pero entre su visión inicial y lo que los productores decidieron rodar debieron de sucederse varias rescrituras impuestas, hasta el punto de que este guion es la única obra de su carrera en la que no firmó con su nombre, sino con el pseudónimo William Walles. Por ahí circula una copia de un guion firmado como David Ambrose titulado Death in Amityville. que puede tratarse de uno de los borradores rechazados, aunque no lo he comprobado. Pero cuando su guionista prefiere desmarcarse de la autoría de su obra, ya es un detalle muy poco prometedor de lo que va a ofrecer la película, ¿verdad?
Y es que Amityville-3D es una de las partes peor consideradas de la saga, y posiblemente la más aborrecida por los fans. Aburrida excepto cuando está dando sustos baratos, incluso tiene sustos baratos aburridos, su problema es la falta de alicientes: clima (más que puntualmente), coherencia, suspense… algo. Y a pesar de que es la última de las películas de Amityville (hasta el remake) hecha para cine, y con una producción notablemente cinematográfica.
Alguien podría preguntarse que cómo se convence a toda una autoridad cinematográfica como lo era Richard Fleischer, director de muchas de nuestras películas favoritas (El estrangulador de Boston, Viaje alucinante, Los nuevos centuriones, Cuando el destino nos alcance, Los vikingos, y un interminable etcétera) para que ruede un rollete como éste, pero dado que al año siguiente se hizo cargo también de Conan el destructor, no cabe la menor duda de que fue una época muy alimenticia y despegada del director, que aquí hace lo mínimo, sigue el mediocre guion con la cámara y se asegura de que queda todo claro, sin más.
Se ha dicho muchas veces que el personaje principal, un escritor que al empezar la película acaba de desenmascarar un fraude parapsicológico, puede estar inspirado en Stephen Kaplan, el “enemigo” de la versión oficial de Amityville, como ya comenté en la introducción. Llama la atención también que en algún momento de la película se menciona a los DeFeo y no a los Montelli, con lo que la película se desvincula totalmente del universo de la segunda parte. No hay, sin embargo, menciones a los Lutz ni a los hechos narrados en la primera película, por lo que su naturaleza de secuela queda completamente disfrazada. Podría ser simplemente otra historia distinta de casa encantada. Fue la última vez en que se filmó en la casa de Toms River, a estas alturas ya tan popular como la auténtica casa de Amityville.
El guion de David Ambrose fue novelizado por Gordon McGill, por lo que es posible que el lector encuentre una novela con el título de la película. Advertido queda de que es posterior.
En el apartado de reparto, el protagonismo recae en el prestigioso secundario y woodyalliano Tony Roberts, y en Tess Harper, actriz de teatro que así comenzaba también carrera en el cine y TV. Destaca también la anécdota de encontrarse con una jovencísima y aún desconocida Meg Ryan haciendo de la amiga de la única hija de la familia protagónica, interpretada a su vez por Lori Loughlin, que años más tarde sería Becky en la popular serie Padres forzosos.
Amityville-3D, o El pozo del infierno como la llamaron aquí, ocupa un lugar importante dentro de la serie gracias a las calidades intrínsecas de muchos de los responsables. Calidades que, sin embargo, no están plasmadas en la película.

Amityville IV: La fuga del diablo (Amityville 4: The Evil Escapes, 1989, Sandor Stern)

John G. Jones es un escritor que ha ganado mucho dinero con el asunto de la casa de Amityville. al escribir su propia saga de novelas, la primera de las cuales, The Amytyville Horror Part 2, es una secuela oficial del precedente de Jay Anson, incluso autorizada y apoyada por George Lutz. Tras ella siguieronAmityville: The Final Chapter (1985), Amityville: The Evil Escapes (1987) y Amityville: The Horror Returns (1988). A finales de los 80 la cadena de televisión NBC adquirió los derechos de adaptación de la novela Amityville: The Horror Returns. La adaptación a televisión parecía cosa tan hecha, que en la contraportada de las ediciones de la época se puede leer: “Soon to be an NBC movie”.  Sin embargo, la adaptación fue desestimada en el último momento debido a que en este libro Jones había vuelto a mencionar a los Lutz, y el canal de TV sabía que cualquier alusión directa a la familia terminaría en pleito por los derechos. George Lutz poseía los derechos sobre el nombre y la historia de su familia, no así sobre la casa, ni sobre el nombre de Amityville (distrito de Nueva York), ni mucho menos sobre las historias de casas encantadas y asesinatos al estilo del de los DeFeo.
Así que se optó por volver al libro anterior, la antología de relatos cortos Amityville: The Evil Escapes, una colección de cuentos sobre diversos objetos de la casa de Amityville que son vendidos y adquiridos por distintas personas, que con su compra están llevándose también, sin saberlo un pedazo de la maldición. Y se aprovechó el equipo creativo que ya se había juntado para el otro proyecto, entre los cuales estaba Sandor Stern, el guionista de la película de AIP de 1978, que ahora había adquirido el compromiso de dirigir este telefilm. También supuso el primer contacto con la serie del productor Steve White, que tomaría la iniciativa personal de la serie a partir de la sexta entrega (y de la quinta no, porque como veremos a continuación es un “spin off”canadiense)
El telefilm, pues eso es literalmente lo que es (y sin que en ello haya juicio de valor: a menudo se acusa de “telefilmes” a algunas películas para denostarlas, cuando en realidad un telefilm para serlo tiene que ser una película hecha para TV, con medios de TV y modos de realización de TV) obtuvo muchísima difusión en video doméstico, y es conocido entre los fans como “la de la lámpara”. En efecto, en esta entrega el protagonismo diabólico lo tiene una siniestra lámpara que supuestamente había formado parte del mobiliario de la casa de Amityville (así, en genérico, sin entrar en si perteneció a una familia u otra). El objeto es comprado por una mujer madura, Helen, que tiene como juego anual el intercambiar con su hermana Alice el regalo más feo posible. La lámpara es perfecta para esto, ya que es verdaderamente espantosa. Así que acaba en casa de Alice y su familia, su hija y sus tres nietos. Antes de poder pasarle el regalo, Helen se corta con la lámpara, y la herida tendrá consecuencias. Mientras, en la casa de Alice y su familia empiezan a pasar cosas extrañas y malas…
 La lámpara ha aparecido alguna vez en rankings de los “malos” más ridículos de la historia, pero yo pienso que no es para tanto. Es un objeto embrujado, y al fin y al cabo es una puesta al día de la lámpara hechizada típica de Las mil y una noches. A mí la premisa me vale, y el objeto, creado por Katty Stern, la esposa del director y diseñadora de producción (no sabemos en qué orden), es adecuadamente horripilante. La película es muy plana y estúpida, eso sí, y tiene todos los tics y costumbres televisivas aunque, por mucho que digan, es menos aburrida que El pozo del infierno, y da para sobremesa de fin de semana. Hay momentos en que se nota que tienen el ojo puesto en Poltergeist, pero así solo consiguen dar todavía más pena.
En el apartado de caras medio conocidas, encontramos a la veterana Patty Duke, actriz que tuvo su momento en los 60 (ganadora del Oscar por El milagro de Ana Sullivan, tuvo su propia serie de TV, etc.), y a la más veterana todavía Jane Wyatt, que en los años 30 había trabajado con James Whale o en películas como Horizontes perdidos de Frank Capra, y en los años 50 había protagonizado otra importante serie familiar de TV: Father Knows Best. Más recientemente había aparecido como madre de Spock (esto es, Leonard Nimoy) en Star Trek 4: Misión salvar la Tierra. Ya saben cómo funciona esto: actores y actrices de gran calidad que pasado su momento álgido deben seguir trabajando en lo que sea, incluso en telefilmes sobre casas encantadas. A menudo son actrices como éstas las que elevan el caché de una tv-movie, y ese es exactamente ese caso. Lo demás, muy justito, y el guion, un horror.
El regreso de Sandor Stern al tema tras haber sido el autor del guion de la película de 1979 no es precisamente destacable. Esto no es PIN (1988), su célebre película de terror sobre muñeco embrujado, aportación por la que será definitivamente recordado (posiblemente la única aportación, no nos engañemos).  
La serie confirma su tendencia al lodo y se hunde definitivamente para no volver a resurgir hasta el remake. O casi.

Amityville 5: La maldición de Amityville (The Curse of Amityville, 1989, Tom Berry)

Producción canadiense directa a video, totalmente al margen y en paralelo de Amityville IV: La fuga del diablo, habían empezado a prepararla cuando NBC todavía no había emitido la anterior. Se la considera la quinta película de la serie pero podría haber sido la cuarta si hubiesen corrido un poco más en hacerla, y además, como el lector ya está comprobando, poco importa dado que todas las películas son independientes entre sí, sin más relación entre ellas que la de inspirarse en la casa de marras.
Para colmo, aunque la frase promocional decía “Regreso a la casa más peligrosa del mundo”, el guion ni tan siquiera tiene lugar en la casa de Amityville, o al menos no hay referencias suficientes como para creerlo así: ni se menciona lo sucedido ni en la historia ni en otras películas, ni a los DeFeo ni mucho menos a los Lutz, ni tampoco se dice en ningún momento el nombre Amityville o sale la dirección de Ocean Drive… Y sin embargo, se basaron (o por lo menos pagaron los derechos, la fidelidad de adaptación ya es otro tema) en otra novela homónima de Hanz Holzer, el otro autor, junto a John G. Jones que ha escrito más sobre la casa de Amityville, por lo que entre eso y el título, a todos los efectos es una película más de la serie.
Rodada en Quebec, la película parece pretender enfatizar más en el suspense que en el terror, adoptando formas de película de misterio con asesinatos, aunque lo absurdo aquí es que el asesino está muy claro: el mal sobrenatural que habita la casa. Así y todo, no se priva de sustos bobos de cierta funcionalidad asegurada (como la bañera de sangre), bichos (ya marca registrada de la saga desde las moscas originales, aquí es una tarántula), y finalmente una posesión homicida. Doce años después de que un sacerdote sea asesinado, la que fue su casa es comprada por un hombre que planea reformarla para revalorizarla y volverla a vender. Para ayudarle en la reforma le apoyan su mujer, que es psíquica, y unos amigos. Naturalmente comienzan a pasar cosas extrañas y a morir gente…
Pero no se emocionen: decir que es aburrida es ser muy generoso con su ritmo lento, sus diálogos interminables carentes de interés, y su falta de tensión. Los personajes son mediocres y caen mal. Es terrible, peor incluso que Amityville IV.
Tom Berry, posteriormente responsable de la mini saga de ciencia ficción terror Decoys, dirigió y produjo, incluso a través de su propia productora Allegro.  
En Estados Unidos no siquiera se puede encontrar en DVD, por lo que los viejos ripeos del VHS y pases de TV triunfan que da gusto entre los completistas. Allá ellos, es decir, nosotros, porque con este bodrio… hay que tener ganas.

Amityville 1992: Es cuestión de tiempo (Amityville 1992: It’s About Time, 1992, Tony Randel)

Entrados los 90, la antología de cuentos Amityville: The Evil Escapes de John G. Jones, que ya había servido de fuente para Amityville IV, volvió a facilitar el argumento para otra peliculita directa a video y TV, que produciría Steve White, uno de los productores de Pactar con el diablo (The Devil’s Advocate, 1997). White merece ser destacado con nombre propio en este texto por ser el productor así mismo de la anterior y de las dos siguientes secuelas. Debió de sacarle bastante rentabilidad a esto de las películas sobre casas “como la” de Amityville…
Tal y como se dijo anteriormente, Amityville: The Evil Escapes es una antología sobre diversos objetos sacados de la casa de Amityville, y lo que les ocurre a sus compradores cuando los adquieren en mercadillos o subastas. Aquí el mal estará encarnado… en un reloj. Un arquitecto viudo con dos hijos adolescentes y una exnovia que sigue revoloteando en su vida, en un viaje a Amityville para una entrevista de trabajo, compra el reloj y se lo lleva a su casa de California. Allí, a raíz de ello, comienzan a pasar cosas raras que afectan a toda la familia: ruidos anormales, alucinaciones terroríficas (el salón en el que han colocado el reloj se transforma en una sala de torturas), abducciones en lapsos de tiempo borrados, presencias extrañas en los dormitorios, etc.  La curiosa deriva de esta trama es que… ¡Ronald DeFeo (no se nombra al personaje real) pudo haber sido poseído por Gilles de Rais, demonio detrás de los malos de la casa y del reloj! (Ah, cuánto le gustaba a Paul Naschy esa figura histórica).
En los créditos hay cosas llamativas, como que los FX estén a cargo de la KNB de Robert Kurtzman, Greg Nicotero y Howard Berger. Que la banda sonora corra a cargo de Daniel Licht, autor de la música de la serie de TV Dexter y compositor especializado en secuelas y películas directas a DVD. O que el director sea medianamente conocido: Tony Randell, que había hecho la muy estimable Hellbound: Hellraiser II, además de otras peores que de cierta popularidad en el videoclub, como la producción Fangoria Children of the Night, o la muy defendible Ticks (Garrapatas). ¡También hay un cameo de Dick Miller! Tal vez por estas implicaciones, o por otras menos renombradas, Amityville 1992 es una de las más aceptables secuelas de la saga, lo cual no implica que sea una película muy buena, pero por lo menos sí que alcanza niveles próximos al aprobado y que en muchos momentos funciona. Está mejor rodada que las dos precedentes, y exhibe un buen sentido de lo que es crear atmósfera que no disfrutábamos desde Amityville II.
También tiene cosas muy lamentables, como la famosa escena que tanta coña ha dado lugar en YouTube, pero a estas alturas de saga uno no espera más que llegar al 4 (del 0 al 10), que es un suspenso alto, y gracias. Y Amityville 1992 es perfectamente un 4, un 4.5 o si me apuran incluso… el 5.

Amityville: El rostro del diablo (Amityville: A New Generation, 1993, John Murlowski)

Como Amityville 1992 había salido bien dentro de lo que cabe, durante el rodaje se manejó Amityville 1993 como título provisional de esta nueva entrega. Sin embargo, ahora el resultado no fue tan “aceptable”. Dejando de lado el mal título original acabaron poniéndole (¿Nueva generación, como en Star Trek?), Steve White vuelve a producir, cuenta con los mismos guionistas (Christopher DeFaria y Antonio Toro) y Daniel Licht sigue poniendo la música, con menos clima, y resultados varios peldaños inferiores.
 Lo de la “nueva generación”, fuera coñas, viene a cuento de que el guion de esta entrega se retrotrae otra vez a la historia de los DeFeo, aunque aquí se les llame Bronner, y el múltiple asesinato se cometa en torno a la celebración del Día de Acción de Gracias. El demonio poseedor/inductor ahora vive… en un espejo. Así que aunque no esté basada en ninguno de los relatos sobre objetos de Amityville: The Evil Escapes de John G. Jones, sigue con su misma dinámica: con este espejo, el reloj de la 6 y la lámpara de la 4, nos amueblamos un piso la mar de encantador.
El hijo no reconocido del hombre que asesinó de adolescente a toda su familia (esto es, lo que vendría siendo el hipotético hijo de Ronald DeFeo, o bien de Sonny Montelli de Amityville II, como se prefiera), comienza a tener terribles pesadillas recibir de manos de un misterioso vagabundo un espejo que había estado en la casa en la que su padre cometió el delito… Podría dar para un capítulo de Misterio para tres o de Almacén 13, pero aquí da para otro directo a video, DVD y TV muy promedio, poco destacable, plano y sin ninguna garra especial. Otra de las típicas Amityville aburridas y con momentos un poco ridículos…
Por si sirviera de consuelo, en papeles pequeños aparecen bastantes caras conocidas de los fans, como David Naughton (el protagonista de Un hombre lobo americano en Londres) o Tery O’Quinn (el asesino de la serie El padrastro, últimamente más conocido como el John Locke de la serie Perdidos) haciendo de poli que investiga las muertes; Lin Shaye (famosa por ser la médium de Insidious o la madre de Dead End) bastante más joven (por entonces ya había salido en las dos primeras películas de Critters), Tom Wright, a quién recordaremos del tercer segmento de Creepshow II por su “Gracias por el viaje, señoooora”… O incluso Richard Roundtree, el actor que hacía de Shaft en los célebres blackpotations de los 70.
Se recomienda armarse de paciencia con ella, y unas buenas tragaderas…

Amityville 8: La casa de las muñecas (Amityville: Dollhouse, 1996, de Steve White)

Tercera y última aportación del productor Steve White a la serie, cerrando lo que podría considerarse su propia trilogía (o tetralogía, si incluimos la IV). Y para que el broche resulte “perfecto”, la dirigió él mismo.
Aquí confluyen las dos líneas argumentales típicas de la saga Amityville: la casa encantada, y el objeto encantado extraído de la casa encantada. ¿La intersección? Curiosa cuanto menos: el encantamiento pesa sobre una casa… de muñecas. Siempre me han gustado las casas de muñecas, tienen algo especial, esotérico, como una proyección de un lugar misterioso al que nunca podrías ir… Eso, sumado con alguna secuencia afortunada en su haber, hace que sienta una leve inclinación por esta secuela, aunque objetivamente sé que es penosa, tan mala como la séptima entrega o quizás incluso tan mala como la cuarta o la quinta. Es difícil escoger entre tanta mierda.
Aprecio, pero posiblemente solo por motivos personales, que sea la secuela más “loca”, la que muestra demonios de látex explícitamente, gore en cantidades aceptables para una película no gore, y sustos facilones de tren de la bruja. En definitiva, me cae bien esta pedorrez, qué le vamos a hacer.
Unos inocentes padres deciden regalarle a su hija una casa de muñecas, sin saber que la que han elegido comprar perteneció a la casa de Amityville… Un enfurecido demonio mora dentro del juguete, y al introducirlo en su casa dejan pasar también todo el peso de la consabida maldición.
Poco comentario aquí respecto al casting, si bien algún buen fisonomista podrá reconocer caras secundarias (Starr Adreeff, la madre o madrastra, salía en “Ghoulies 2” o “Scanner Cops” –titulazos, ¿verdad?-; Lenore Kasdorf, la tía de la niña, era la madre de Johnnie Rico en Star Ship Troopers –no sé si se puede considerar curriculum-, etc)
Los que hicieron el artwork para el primer poster promocional usaron sin autorización material de Amityville IV, y se les coló la lámpara en la foto. Demasiado descarado y autoacusativo (aparte de que la chica que sale no es ninguna actriz de la película, sino Rachel Duncan un poco photoshopeada), lo solucionaron en versiones posteriores, pero el DVD inglés todavía utiliza ese cartel como carátula…

La morada del miedo (The Amityville Horror, 2005, de Andrew Douglas)

EL REMAKE.
Platinum Dunes es la productora fundada en 2001 por el taquillero director de cine de acción Michael Bay (sobran presentaciones, pero por si acaso:Transformers y secuelas, Armageddon, Dos policías rebeldes, La roca, etc) junto a dos socios más, con la muy lícita intención de producir lucrativas películas de terror. Fue una época en la que surgieron varias iniciativas parecidas, y todas ellas han ido razonablemente bien. Ahí estaban por ejemplo Dark Castle fundada entre otros por Joel Silver y Robert Zemeckis, o Ghost House Pictures de Sam Raimi y Robert Taper entre otros. Además Platinum Dunes nació con un planteamiento muy claro: lo que ha funcionado una vez tiene pinta de ir a funcionar siempre, así que pretendían especializarse en el controvertido terreno de los remakes de películas de terror de éxito, sobre todo de los 70 y 80. La filosofía inherente, consiste en pensar (tal vez hasta tengan razón) de que existe una generación nueva que considera esas películas con las que disfrutaron sus hermanos mayores o sus padres como “antiguallas”, pero que vendido el mismo material actualizándoselo con un estilo más joven, lo volverían a comprar.  Y el marketing está medio hecho, porque los títulos le suenan a todo el mundo… 
La primera película producida por Platinum Dunes fue La matanza de Texas (2003), que como todo el mundo sabe fue muy bien, tanto de público (recaudó más de 100 millones de dólares con una inversión de 9,5) como de crítica especializada. Así que tras salir tan victoriosos de un proyecto a priori tan detestable (La matanza de Texas de Tobe Hooper es merecidamente una de las vacas sagradas de los fans, y realmente no necesitaba remake alguno), quedó confirmado que iban por buen camino: ahí salieron los remakes de Carretera al infierno (The Hitcher), Viernes 13 o Pesadilla en Elm Street.
La morada del miedo (The Amityville Horror) fue, cronológicamente, el siguiente remake de Planitum Dunes tras La matanza de Texas. La excelente recepción en taquilla se repitió milimétricamente (108 millones de dólares fuera para la saca, con una inversión muy controlada de 19), si bien no la respuesta de la crítica, que mayoritariamente consideró muy flojita la película. En realidad, yo entre ellos. Con el paso de los años y algunos revisionados, he llegado a la conclusión de haberme equivocado: La morada del miedo es, al contrario de lo que aprecié al principio, un film bastante reivindicable.
Cierto es que le pierden los molestos tics del mal cine de terror contemporáneo. Es una película poco enjundiosa, con esa odiosa estética generación-MTV estándar que tienen ahora esta clase de producciones (aunque en eso alguien podría recordarme que La matanza de Texas de Marcus “miraquefotomáschula” Nispel era la cúspide), con un miscasting de traca (no me cae mal Ryan Reynolds e incluso me gusta mucho Melissa George, pero no me los creo como papá y mamá –de hecho no me creo a Reynolds como autónomo agobiado por el dinero, con esos abdominales…-) y aspectos de guion tontísimos. Pero creo que el debutante en el largo de ficción Andrew Douglas resolvió bastante bien, la película tiene numerosas secuencias de gran atmósfera, y los sustos, aunque muchos sean “sustos del gato” o de tren de la bruja, funcionan. Cuantas más veces la veo, más me gusta como modesta, más que decente, película de género bien hecha, hija de su tiempo, igual que las películas de los 60 o 70 lo fueron del suyo. De hecho, me atreveré a decirlo: la considero superior al original de 1979.
Andrew Douglas viene del mundo de la publicidad, director de exitosas campañas de Coca-cola, Nike y otras marcas de primera línea, y hoy por hoy asegura que desempeñó aquel trabajo como si fuera un comercial más. Pero es la clase de look que Platinum Dunes busca para sus películas. El otro candidato que se barajó para la dirección fue el director de video clips Samuel Bayer, que terminaría dirigiendo el remake de Pesadilla en Elms Street. Por cierto, que últimamente Douglas ha presentado su segundo film, un thriller sobre adolescentes, Internet y sus peligros con una historia real de fondo, tituladoUwantme2killhim y apadrinado por Bryan Singer. El director asegura que no ha trabajado más en Hollywood porque tras Amityville solo le ofrecían películas similares, que de hecho dejó colgados a los productores de El sicario de Dios (Priest) y que eso le volvió bastante impopular… A mí sigue pareciéndome que, aunque sin pasión por el género, hizo un buen trabajo profesional.
Buena ambientación, la foto, a cargo del veterano Peter Lyons Collister con instrucciones muy precisas del realizador, consigue un ambiente sombrío con protagonismo del espacio y la profundidad de campo, obtenido con diafragmas cerrados. El personaje de Reynolds evoca al Jack Nicholson de El resplandor, y su progresión es fácil de seguir, además de suponer una puñalada al George Lutz de la vida real, como veremos a raíz de comentar My Amityville Horror.
Durante la promoción del film se dijo a menudo que iban a ser muy files con la versión oficial de los hechos y la novela de Jay Anson, lo que volvió a motivar otra demanda de George Lutz, siempre atento a los usos que se le dan a su historia. La cuestión se resolvió por sí misma con el fallecimiento de éste en 2006, sin dar tiempo a que el juez emitiera su resolución.
La casa en la que se rodó, convenientemente reformada para tener el impresionante aspecto que vemos, está en Silver Lake, Wisconsin.
Fue la película en la que descubrimos a Chloë Grace Moretz (Kick Ass, Dejame entrar, La invención de Hugo), la niña prodigio (ya adolescente) merecidamente de moda. Entonces tenía solo 8 añitos…

The Amityville Haunting (2011, de Geoff Meed)

Este found footage es una producción The Asylum, y con esta frase ya he dicho dos cosas de las de a buen entendedor…  Es un found footage, lo que implica que está filmada como si fuera un metraje real encontrado, aunque claro, en realidad es una película de ficción rodada con cámara única y en primera persona (como si la cámara fuera portada por uno de los personajes). Digo que es de la productora The Asylum, y el lector avezado ya sabe qué esperar: copias descaradas de títulos de éxito hechos con dos duros y resultados más bien aburridos y mediocres. Aquí, pese a lo que parezca (la alusión a Amityville), el objetivo a plagiar es Paranormal Activity, que había arrasado en 2007, y cuyas secuelas seguían siendo super-lucrativas a partir de 2010.
Es tan mala o peor que la peor de las secuelas canónicas de Amityville, solo que ahora ya ni se molestan en una planificación, una fotografía o un montaje. El found footage como panacea del cine sin presupuesto está dando lugar a obras interesantes, como lo fue El proyecto de la bruja de Blair, Monstruoso(Cloverfield), Home Movie, o las dos partes de V/H/S (sobre todo la segunda), pero también a engendros como éste, sin más excusa ni parangón.

My Amityville Horror (2012, de Eric Walter)

Se trata de un documental de entrevistas, en el rompe su silencio Daniel Lutz, el hijo mayor de la familia Lutz, que tenía 9 años cuando pasaron los famosos sucesos. Ahora, claro está, Daniel es un hombre hecho y derecho. Y de hecho es un hombre… hecho polvo.
El “malo” de My Amityville Horror, si hay alguno, es George Lutz. Daniel no solo no quiso nunca a su padrastro, sino que mantuvo con él una relación muy conflictiva. De hecho, los 28 días que pasaron en la casa de Amityville fueron una constante escalada de hostilidad y tensión entre niño y adulto, con la pasividad de su madre, Kathleen Lutz. No solo es el malo por ser la “némesis” del entrevistado, sino que en la película se enarbolan varias teorías que le dejan bastante mal. Como que compró la casa a sabiendas de lo que les había pasado a los DeFeo, y dado que era un aficionado (y practicante amateur) de las ciencias ocultas y las paraciencias. Daniel Lutz asegura que su impuesto mentor tenía libros sobre telequinesis, magia y experiencias paranormales, y que es posible que hiciera algo en la casa. A lo largo de la película, algunos creyentes de lo paranormal llegan a asegurar que los fenómenos de la casa fueron de tipo poltergeist, y que los provocó, inconscientemente tal vez, George Lutz. Esa es una opinión, sin ir más lejos, de Lorraine Warren, la famosa médium y experta en temas ocultistas (personaje real en el que se basa la investigadora interpretada por Vera Farmiga en The Conjuring).
Lo que Daniel Lutz mantiene con un sentimiento absoluto, es la veracidad de todo lo que se ha contado en la casa. Cansado de ser tomado por loco, esquiva entrar en los detalles sensacionalistas, pero cuando le aprietan en las entrevistas, narra apariciones fantasmales, movimientos de objetos, plagas de moscas, puntos fríos en la casa, sensaciones malignas y otras cosas por el estilo. En ese sentido el documental no gustará mucho a los escépticos. Aunque Eric Walter hace el trabajo todo lo completo que puede, y también entrevista a críticos y refutadores de la versión Lutz. Ellos solo aportan su opinión sobre la casa, a la que aseguran que no le pasa absolutamente nada. Pero el tema del documental no es la casa, sino el hombre, el niño que vivió aquello. Un par de psiquiatras que han tratado a Daniel Lutz a lo largo de los años no dejan lugar a dudas: sea o no una verdad objetiva, Daniel cree que vivió aquello, para él es una verdad absoluta y que ha marcado su vida.
Cuando todavía era menor de edad se marchó de casa para no aguantar a su padrastro, y desde entonces ha dado muchos tumbos, ha tenido problemas con el alcohol y ha sido ingresado en clínicas psiquiátricas más de una vez. Traumatizado, resentido, refugiado en su guitarra eléctrica y en su fe, no puede evitar sacar las uñas cuando el entrevistador, cumpliendo con su deber, le pregunta cosas que no le gustan. Nos habla de lo que sentía cada vez que le señalaban como “el niño de Amityville”, lo que significaba cada nueva película que salía.
Sus hermanos se negaron a participar en la película. George Lutz murió en 2006, y su madre en 2004. Su hermano Christopher Lutz sí ha concedido alguna vez alguna entrevista, e incluso ha tratado de continuar con el ánimo de lucro que caracterizó a su padrastro George Lutz a partir de cierto punto de la historia. Pero no tengo constancia de qué opina de My Amityville Horror, ni él ni la hermana Melissa. A mí personalmente me parece un retrato honesto de una persona que ha pasado por una experiencia muy especial. Así es como la película me ha funcionado, como me la puedo tomar.
Tiene algún aspecto adicional interesante. Como por ejemplo el momento en que van a entrevistar a Lorraine Warren (Ed Warren falleció en 2006) a su casa. Vista The Conjuring (Expediente Warren), Lorraine Warren parece una mujer muy interesante, al margen de que uno crea o no en lo paranormal. Pero en My Amityville Horror Lorraine queda más bien como una excéntrica de ochenta y cinco años, que tiene gallinas enjauladas en la cocina y habla como una chiflada de cómo una reliquia del Padre Pío que llevaba consigo le salvó de algo maligno que estaba presente en la casa de Amityville los días en que ella la visitó… En fin.
También: The Amityville Asylum (2013, de Andrew Jones), que no tiene nada que ver con la casa de Amityville, pero en realidad algunas de las que he comentado tampoco. Trata sobre una institución mental encantada. Tal vez debería haberla incluido en el dossier, en cuanto la vea. Igual en una segunda versión, corregida y aumentada.
Amityville tiene verdaderamente algo extraño. Tantas películas (y tantos libros, que aunque no los he tratado en extensión han ido siendo mencionados), aun cuando ninguno tiene una reputación buena y la mayoría son prácticamente basura. Sí, debe de haber un demonio viviendo allí.
 
Notas
1.       La historia del supuesto cementerio de los indios montaukett se debe al investigador paranormal Hans Holzer, pero lejos de estar contrastada choca con otros registros históricos locales.
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